¿Por qué no debato con negacionistas?

Sí, es toda una declaración de intenciones. Pero antes de entrar a degüello, creo que es conveniente definir algunos términos. Un negacionista es aquella persona que rechaza de manera sistemática y obstinada conocimientos científicos o históricos ampliamente aceptados. Pueden negar el cambio climático, la eficacia de las vacunas, la evolución o incluso eventos históricos como el Holocausto. Su postura se basa en creencias personales o ideológicas, se sostienen en argumentos de tipo pseudo o anticientífico y suelen tener altas dosis de pensamiento mágico o conspiranoico, pero evaden, manipulan o ignoran los datos objetivos. Hay que diferenciarlo del escéptico, que puede plantear dudas razonables y generar conclusiones constructivas o incluso abrir nuevas vías de investigación con sus cuestionamientos, y que suele estar abierto a las pruebas.

Y ya que estamos definiendo, entendemos debate como un intercambio estructurado de argumentos entre dos o más personas con puntos de vista opuestos. Puede tener lugar en diversos contextos, desde el ámbito académico hasta el público en general. No todos los debates son iguales.

Por un lado, está el debate académico. En este contexto, se espera que los participantes sigan reglas estrictas, presenten argumentos respaldados por evidencia y se adhieran a normas de conducta. La misión de estos debates suele ser mejorar el conocimiento disponible o ampliar la visión que se tiene sobre algo. Los negacionistas no suelen tener cabida en estos debates, ya que su negación no se sustenta en pruebas científicas rigurosas.

Por otro lado, están los debates públicos, que pertenecen al mundo del espectáculo. Los encontramos en programas de televisión, de radio o podcast. Su objetivo puede ser persuadir al público, alimentar los índices de audiencia o fomentar la controversia.

Algunos divulgadores caen en la trampa del debate público cuando son invitados a hablar de un tema sin que nadie les diga que tendrán que enfrentarse a los argumentos pseudocientíficos de un charlatán. Al fin y al cabo, explicar la ciencia que hay detrás de ciertos temas y refutar premisas basadas en el pensamiento mágico de forma aséptica sí que tiene efectos beneficiosos en la población. Acuden con esa intención, sin saber que el panorama será muy distinto. A mí me ha pasado, y pocos días antes de la publicación de esta entrada en mi Patreon, el biólogo y divulgador científico Fernando Cervera se enfrentó a esta misma situación.

Captura de una imagen emitida en Telecinco. El biólogo Fernando Cervera es puesto en directo frente a un charlatán. Titular: "Miguel Bosé denunciado por promover un acto de pseudoterapias".
Emisión de Telecinco en julio de 2024

Otros acuden a estos debates deliberadamente; creen que enfrentar a negacionistas en este escenario puede ser constructivo, ya que permite exponer sus argumentos y refutarlos públicamente. Creen que llevar a esta gente frente a las cámaras y desacreditarlos en público es, de algún modo, constructivo. Es cuestión de opiniones, piensan.

Por otra parte, también se llama debate a la discusión informal, ya sea en persona o a través de otros medios. Es muy frecuente en las redes sociales. En este entorno, todo vale. Pero no suele tener mucho sentido discutir con negacionistas en este medio. A menudo, sus creencias están arraigadas y no están dispuestos a cambiar de opinión. Sin embargo, puede ser interesante para los espectadores que aprenden algunas cosas de esa interacción. Este tipo de interacción no es estructurada y no suele haber intercambio de argumentos, por lo que no la vamos a considerar un debate.

Como he dicho, muchos divulgadores creen que debatir con creacionistas es productivo y, cuando alguien se lo discute, apelan a una diferencia de opiniones. Pero no. No es cuestión de opinión.

El tema de los debates con negacionistas y sus consecuencias en el público está más allá de las opiniones. Existen estudios científicos que evalúan los efectos que tienen este tipo de debates. Y no son muy prometedores, la verdad.

Certezas contra incertidumbre

 En ciencia siempre hay espacio para la mejora, para la ampliación del conocimiento, para el planteamiento de nuevas preguntas, y es muy raro que una respuesta tenga carácter absoluto. Lo habitual es que sean respuestas provisionales, basadas en las pruebas disponibles, que pueden ser ampliadas, mejoradas o corregidas si aparecen nuevas pruebas. Por ello, la respuesta científica será, en mayor o menor medida, compleja, estará llena de matices y contará con cierto rango de incertidumbre.

El negacionista, por el contrario, tiene respuestas rápidas, fáciles de comprender y con carácter de certeza absoluta. Que en realidad sean falsedades no importa, porque lo relevante es la sensación de seguridad que puede proporcionar.

En una situación de debate público, no siempre importa cómo de bueno sea el experto y sus argumentos. La ciencia tiene esas características que son ineludibles. Al argumentar con fundamento científico, la incertidumbre propia del conocimiento científico sale a la luz. Si bien en el ámbito académico ese rasgo de la ciencia es considerado como una de sus mayores virtudes, en un debate se suele percibir como una debilidad, sobre todo si el público no está familiarizado con esas propiedades de la ciencia. 

Meme. Dos ventanillas en la pared; la primera, bajo el rótulo "Verdades difíciles de aceptar"; la segunda, "mentiras bonitas". Hay una larga cola de gente en la segunda ventanilla

El galope de Gish, el león marino y la asimetría de Brandolini.

Cuando uno se mete en el mundo de las discusiones y los debates, antes o después se topa con estos tres conceptos, íntimamente relacionados.

El galope de Gish, término acuñado por la antropóloga Eugene Carol Scott, se define como un bombardeo rápido de abundantes argumentos falaces, mentiras, medias verdades e incluso verdaderas burradas, a gran velocidad y sin pausa, como una metralleta de sofismas. El nombre hace referencia al conocido bioquímico creacionista Duane Gish, quien empleaba esta técnica con relativa frecuencia.

Esta técnica puede combinarse con la conocida como «práctica del león marino», o sealioning. Este concepto nace de una tira de seis viñetas publicada en el webcómic Wondermarck, de David Malki, que estaba protagonizada por un ejemplar del mamífero marino que lleva su nombre. Su metodología es sencilla: insistir repetitivamente, en ocasiones hasta alcanzar el nivel del acoso, con solicitudes persistentes de pruebas —incluso después de que hayan sido facilitadas— o con preguntas reiterativas —que pueden o no haber sido ya contestadas—, manteniendo en todo momento una pretensión de calma, civismo y sinceridad. De esta manera, se consigue que el interlocutor termine perdiendo la calma por pura desesperación.

Webcomic breve. Un león marino acosa con preguntas aparentemente inocentes a alguien que, en un momento dado, ha hablado mal de los leones marinos.
Wondermarck, de David Malki.

Ambas son armas propias del negacionista, que se combinan con frecuencia en los debates. Son técnicas muy difíciles de contrarrestar, más allá de desenmascarar las intenciones, lo que provoca que se desvíe el tema de debate y se perciba como una victoria para el charlatán. Pero incluso si se trata de responder a este juego sucio empleando argumentos científicos y pruebas, el asunto se complica por la asimetría de Brandolini.

Acuñada por el programador italiano Alberto Brandolini, se enuncia así:

«La cantidad de energía necesaria para refutar tonterías es de un orden de magnitud mayor que la necesaria para producirlas». 

Aunque no existe un estudio que cuantifique el coste energético real en ambos casos, sí que se sabe que refutar un argumento negacionista típico implica mucho más tiempo y esfuerzo que el que fue necesario para soltar la burrada. Esto hace que, en un debate entre negacionistas y personas de ciencia, estas últimas se encuentren en clara desventaja y, por lo general, no tengan tiempo para refutar todas las tonterías que suelten los charlatanes. Obliga a seleccionar los argumentos que se van a refutar y a abreviar las explicaciones, lo que conlleva una pérdida de fuerza argumental a la vez que quedan cuestiones sin responder, que pueden ser interpretadas por el público como lagunas de conocimiento o como aciertos de los negacionistas. Mal asunto.

La falsa equidad

Este es uno de los problemas que con mayor frecuencia suelen enunciarse al abordar uno de estos debates. Cuando se coloca a uno o varios negacionistas cara a cara con un número similar o idéntico de científicos o divulgadores, se genera una imagen distorsionada que invita a pensar en una igualdad de condiciones. 

Este problema fue la premisa principal del «debate estadísticamente representativo sobre el cambio climático» que, en clave de humor, el estadounidense John Oliver presentó en su programa Last Week Tonight. En un momento en que el consenso científico sobre el cambio climático se encontraba en torno al 97 % —actualmente supera el 99 %—, el presentador llevó a plató a tres negacionistas y a 97 científicos cimáticos para que la representación visual fuese más cercana a la realidad científica.

Fotograma del programa de Last Week Tonight. Se ve a 97 científicos mostrando informes y pruebas a tres negacionistas del cambio climático. John Oliver, el presentador, trata de poner orden en el caos.

Sin embargo, incluso en esa situación tan cómica como irreal, se sigue dando una falsa sensación de equidad entre negacionistas y científicos, solo que a otro nivel. Yo lo llamo la navaja del prestigio, y es un arma de doble filo.

Uno de los filos es beneficioso para un negacionista: el hecho de debatir con un científico o con un grupo de científicos le envuelve en un halo de credibilidad que le dota de un prestigio que, en realidad, no tiene. Incluso aunque los argumentos empleados sean absolutamente ridículos, ese halo de credibilidad hace que los asistentes perciban al negacionista como si fuese una persona prestigiosa, cuando en realidad no lo es.

Pero el filo contrario perjudica al científico que se enfrenta al negacionista. Al aceptar discutir con alguien cuyos argumentos carecen de base científica, el prestigio profesional del científico involucrado se devalúa. ¿Qué hace, al fin y al cabo, esa persona bajando al barro con alguien así? 

Esto es particularmente grave cuando entidades de investigación, como universidades, ceden sus espacios para debates o charlas de carácter negacionista o pseudocientífico. En estos casos, los charlatanes pueden argumentar después haber estado en esos centros impartiendo charlas, mientras que los organismos pueden ver mermado su prestigio por haber acogido a esos vendedores de humo. Aún tengo recuerdos de cuando el gran Fernando Frías actualizaba su «Lista de la vergüenza».

Cartel publicitario de Josep Pamies, conocido charlatán. Anuncia una charla en La Palma, que fue posteriormente cancelada.

El resultado del debate: la ciencia habla

Existe un estudio científico muy interesante, publicado en Nature Human Behaviour en 2019, que estudió las mejores técnicas de refutación de argumentos negacionistas y su efectividad en el público. Entre las múltiples conclusiones que los investigadores obtuvieron, vale la pena destacar una que considero clave: la mayor parte de la población que presencia este tipo de debates ya tiene una opinión predefinida y es muy poco probable que la cambie, independientemente de la calidad de los argumentos o de la retórica empleada. En general, la presencia de este tipo de debates en ambientes públicos proporciona un altavoz a los charlatanes, que ayudan a difundir su palabra y a extender la desinformación.

Por supuesto, un oponente bien entrenado en técnicas dialécticas y con un buen fondo de conocimiento puede llegar a inclinar la balanza, que de por sí es desigual. Las pruebas muestran que para que eso suceda es necesaria una refutación efectiva de los datos falsos, empleando argumentos rigurosos, pero a la vez comprensibles, o bien una refutación de la técnica empleada por el negacionista, desenmascarando su maniobra y desarmándolo. El estudio no muestra ventajas de un método frente al otro ni parece que la combinación de ambos implique una mejora en la efectividad.

Es decir, que el estudio de Nature Human Behaviour reconoce que ambos métodos tienen éxito en la anulación de los argumentos negacionistas, pero para conseguirlo es necesario estar muy bien entrenado, y no cualquier persona puede hacerlo. Para refutar datos falsos, la persona debe tener amplios conocimientos en el campo en cuestión. Este sería el método óptimo para un experto en la materia, por ejemplo. Para refutar la técnica, será necesaria una dilatada experiencia en técnicas de discusión y persuasión; este método sería más adecuado para comunicadores científicos, con menos fondo de conocimiento que los expertos, pero mejores técnicas comunicativas.

Sin embargo, la mejor de las opciones es siempre evitar que el debate tenga lugar. Incluso aunque los datos falsos de los negacionistas se refuten con éxito y las técnicas de manipulación queden adecuadamente desenmascaradas, este tipo de debates sigue teniendo un impacto negativo en el público, a pesar de que un defensor de la ciencia esté presente. Y si bien el rechazo al debate por parte de los defensores de la ciencia puede verse como una debilidad, si esa negativa a participar en un debate sobre hechos científicos conduce a la cancelación del evento, el estudio muestra un resultado claramente positivo al evitar, de este modo, un impacto negativo en la audiencia.

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Referencias

Schmid, P., Betsch, C. Effective strategies for rebutting science denialism in public discussions. Nat Hum Behav 3, 931–939 (2019). https://doi.org/10.1038/s41562-019-0632-4

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