Hace algún tiempo descubrí este artículo científico, publicado en la Journal of Epidemiology and Community Health, donde los investigadores Phil Edwards, Siobhan Moore y Craig Higgins descubrían una curiosa correlación: la tasa de víctimas por cada 100 000 habitantes a causa de colisiones de vehículos en Reino Unido es más del doble para los vehículos eléctricos, en comparación con el vehículo de combustión. Una correlación que, al separar el tipo de entorno, se hacía más evidente aún: mientras que en el ámbito rural no había diferencias significativas, en el entorno urbano el riesgo parece multiplicarse casi por tres.
Y es que ya se ha dicho muchas veces: el coche eléctrico es mucho más silencioso, y por lo tanto, no lo escuchas llegar. Eso hace que, al cruzar la calle, sea más fácil que te atropelle un coche eléctrico a que lo haga un diésel o gasolina. Algunos (entre los que me incluyo) han hecho bromas sobre la posibilidad de poner cascabeles a los coches eléctricos. Y otros incluso lo emplean como argumento en contra de esta tecnología.

El «pero»
Sin duda, que estos vehículos sean mucho más silenciosos es una posible causa, y de hecho, bastante verosímil. Pero sería una temeridad asumir que esa es, en efecto, la causa tras esa observación meramente empírica. De hecho, de entrada, ya es una temeridad asumir que exista una causa en la correlación.
Porque, como no nos cansamos de repetir, correlación no implica causalidad.
Si analizamos más a fondo el estudio (que, lamentablemente, está tras un muro de pago), encontramos que en ningún caso se estudian las posibles causas tras el fenómeno observado; tan solo se presentan los hechos. Es más, si bien los investigadores anotan, en su discusión, que el menor ruido sea una posibilidad, también reconocen las enormes limitaciones que tiene su estudio.
Y es que, el hecho de que a mí, tras comer unas rodajas de chorizo, se me quite una jaqueca, no implica que el chorizo me cure la jaqueca.
Hay otras posibilidades. Algunas, que también apuntan a una relación de causa-efecto, pero distinta a la del ruido; y otras, que apuntan a una consecuencia procedente de una causa común. O incluso, quién sabe, que tan solo sea una coincidencia sin relación entre ambas variables. Al fin y al cabo, no es el gato el que ha doblado el tejado con su peso.

Otras posibilidades
El profesor Kevin McConway, catedrático emérito de estadística aplicada de la Open University, en declaraciones a Science Media Centre, expuso algunas cuestiones que vale la pena analizar detenidamente sobre este estudio.
Por ejemplo, es posible que el vehículo eléctrico, por sus características inherentes a su funcionamiento, se esté manejando con una finalidad distinta al vehículo de combustión. Si su uso se prioriza en zonas residenciales y comerciales, donde la afluencia de gente es mayor, mientras que el coche a combustible es de un uso más generalista, es normal que haya más incidentes con el eléctrico. Esta hipótesis explicaría, además, la diferencia entre el entorno rural y el urbano.
O tal vez, la diferencia en la forma de conducir implique un mayor riesgo de pérdida de control. Si la mayoría de los usuarios han aprendido a conducir usando coches diesel o gasolina, el manejo de este tipo de vehículos estará mejor interiorizado que el de coches eléctricos, donde el conductor tiene menos práctica y, por tanto, mayor riesgo.
En estos casos, la relación entre “coche eléctrico” y “mayor incidencia de colisiones” es indirecta; pasa por puntos intermedios.
Pero, como he indicado, también existe la posibilidad de que no haya una relación causa-efecto, ni directa ni indirecta, sino que ambas variables sean, en realidad, efecto de una misma causa. Por ejemplo, la juventud.
Las personas más jóvenes son las más tendentes a adquirir vehículos nuevos, y por lo tanto, las más propensas a disponer de vehículos eléctricos; también son las personas jóvenes las más propensas a sufrir accidentes, por su menor experiencia al volante; y la población rural de Reino Unido está más envejecida que la urbana. Solo mezclando esos tres factores, ya se podría explicar que haya una mayor incidencia de accidentes por vehículo eléctrico que por vehículo de combustión, pero solo en ciudad, sin que las variables estén causalmente relacionadas entre sí.

La posibilidad del artefacto
¿Y si se trata de un artefacto del estudio? Eso también es posible. A pesar de que el artículo fue recibido por la revista el 7 de enero de 2024, aceptado el 22 de abril y publicado el 21 de mayo del mismo año, los datos empleados para el estudio son bastante antiguos: ¡de 2013 a 2017! Según los investigadores, no pudieron lograr acceder a datos más recientes. Supongo que sería uno de los aspectos que tendrían en cuenta los revisores del artículo, y por eso lo mencionaron, aunque dado que, desde la recepción hasta la aceptación pasaron menos de cuatro meses, seguramente tan solo hubo una minor review, es decir, que seguramente los revisores solo sugirieron cambios menores para su aceptación. Quién sabe.
El caso es que unos datos cerrados en 2017 pueden mostrar un artefacto, y no necesariamente tienen por qué reflejar que la tendencia se mantenga hasta hoy. De nuevo, posibilidades.
Con la hipótesis del ruido, es posible que los peatones hayan aprendido ya, gracias a la mayor prevalencia de coches eléctricos silenciosos, que mirar hacia ambos lados es buena idea; entre 2013 y 2017 casi nadie se había acostumbrado a su silente presencia.
Lo mismo con la hipótesis de la práctica: hace siete años, los coches eléctricos eran una rareza y no se estudiaban sus particularidades en casi ninguna autoescuela, hoy son una realidad creciente y, desde muchos puntos de vista, preferible.
De cualquier modo, si la causa se encuentra en la relación del peatón o del conductor con el vehículo eléctrico, tal vez hayan cambiado su comportamiento a medida que este tipo de coches se han ido haciendo cada vez más habituales, y la tendencia que muestra el estudio es irreal. Un artefacto causado por no disponer de datos actualizados. No están mostrando la situación actual, sino cómo estaban las cosas hace más de un lustro. En cualquier caso, se necesitan más estudios.

Cuidado con acelerar las conclusiones
La mayor parte de este texto está escrito en condicional, con buen motivo. Como conclusión general a toda esta disertación, me gustaría destacar que no es prudente asumir una hipótesis por cierta solo porque es la más intuitiva. A todos se nos ha pasado por la cabeza que la hipótesis del ruido es la más verosímil, pero no necesariamente tiene por qué ser, ni la única correcta, ni tan siquiera relevante.
Tras una correlación de datos puede haber muchas respuestas, muchas hipótesis capaces de explicarla, e incluso es posible que no exista relación causal entre ellas. ¿Cuál es la hipótesis correcta en este caso? Yo no lo sé. Pero tú tampoco. Ni siquiera los autores del estudio, los que han manejado los datos de primera mano, lo saben. De hecho, ni siquiera saben si la correlación que han encontrado se mantiene hoy en día, o si ya se ha extinguido.
Pero, al margen de todo esto, se encuentra una obviedad: los coches eléctricos son, en efecto, mucho más silenciosos que los de combustión. Y lejos de representar un inconveniente —y al margen de que lo realmente necesario es reducir la presencia y dependencia del vehículo privado, sea cual sea su forma de alimentarse—, para mí es una ventaja más de este tipo de vehículos sobre los convencionales. ¿Quién no querría, al fin y al cabo, una ciudad más silenciosa y tranquila?

Referencias
Phil J Edwards et al. ‘Pedestrian safety on the road to net zero: cross-sectional study of collisions with electric and hybrid-electric cars in Great Britain’. Journal of Epidemiology and Community Health. DOI: 10.1136/jech-2024-221902.
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