…o peor aún, negando que existan siquiera personas trans, ¿eh, terfs?
Vale. Ya sé que el título puede parecer muy arriesgado, pero déjame que me explique.
A uno le gusta pensar que las personas son criaturas racionales, que piensan antes de hablar, y que procuran no hacer daño a la gente que tienen alrededor. Cosas raras que me da por pensar a veces, ya ve usted. Sin embargo, cuando me vienen esos pensamientos, ya se encarga la realidad de darme un buen sopapo en toda la cara.

El tema de las personas trans es un caso curioso. Y no es ya solo que exista por parte de ciertos sectores de la sociedad cierto recelo, repulsión e incluso odio por un colectivo que no ha hecho nada malo a nadie. Un poco como sucede, y ha sucedido históricamente, con las personas homosexuales, con las racializadas, con las mujeres, con las que se encuentran en el espectro autista, con las pobres, y en general, con cualquiera que no sea un hombre blanco heterosexual neurotípico y mínimamente adinerado.
Pero nadie niega que existan esas personas, ¿no? Quiero decir: por mucho que alguien odie a los negros, a los gays o a las mujeres, nadie niega que existan. Están ahí. Sin embargo, hay gente que niega que las personas trans siquiera que existan. La malgenerización, tan extendida por ciertos grupos de presión política —en muchos casos, íntimamente ligadas a la extrema derecha o al pensamiento religioso más retrógrado— no deja de ser eso: negar que un hombre trans sea un hombre; negar que una mujer trans sea una mujer.
En definitiva, es negar su existencia.
La creencia de que el término “cis” es insultante parte de esa misma base. Me ofende que me llames “hombre cis” o “mujer cis”, porque con ello estás asumiendo que existe otro grupo de hombres y mujeres que no son cis.
A estas alturas de la película, no creo que sea necesario explicar a nadie que las personas trans existen, que son reales, y que son personas que merecen los mismos derechos, el mismo respeto y el mismo reconocimiento que cualquier otra persona. Que la identidad de género no es motivo legítimo de discriminación, como no lo es la identidad étnica, la orientación sexual, el patrimonio o, yo qué sé, la edad.
Como ya pasara hace tiempo con la orientación sexual, muchos creen que esto de la identidad de género es un invento contemporáneo. Algunos, incluso, abordando un enfoque presuntamente cientificista, apelan a la biología más básica para afirmar con rotundidad que el sexo es binario y que género y sexo es lo mismo. Incluso, en un ejercicio monumental de fabricación de espantapájaros, ligan la identidad de género con la creencia en el alma o el dualismo, creencias infundadas sin base científica alguna —en las que sí creen, irónicamente, los sectores religiosos con quienes convergen—. Ignoran el hecho de que el sexo no es una variable ni simple ni binaria, sino bastante compleja y de distribución bimodal. Ignoran el hecho de que la identidad de género no es algo necesariamente ligada al sexo. Y que por tanto, la existencia de personas trans es tan natural como la existencia de personas homosexuales, pelirrojas, zurdas o con los pies grandes.
¿Pero existen animales trans más allá del ser humano?
Pues sí.

¿Qué es ser trans?
Antes de entrar a buscar ejemplos de animales no humanos trans, debemos tener claro qué es ser trans. Ser trans no es nacer en un cuerpo equivocado, no es tener un cerebro rosa o azul en un cuerpo contrario, ni es tener alma de hombre o de mujer en el cuerpo opuesto. Todas esas perspectivas son, por binarias y por dualistas, necesariamente erróneas. No hay una confusión de cuerpo, como no hay una confusión en el color de los ojos. Cada uno tiene el cuerpo que tiene, y la personalidad, esa cosa que dice quién se es y cómo se siente uno, es una propiedad emergente de las cosas que suceden en su cuerpo. No hay mente ajena al cuerpo ni separada de él, sino que es consecuencia de lo que en él ocurre.
La identidad de género es una percepción subjetiva y personal que un individuo tiene respecto a su género. Y si bien el género es un objeto de estudio de las ciencias sociales, la identidad de género no es un constructo social, ni mucho menos. Tiene componente social, por supuesto, pero también tiene un componente biológico y psicológico. Al fin y al cabo, somos animales psico-bio-sociales.
Así, ser “cis” sería tener una identidad de género que concuerda con el género asignado al nacer en base al sexo obserado; ser “trans” sería tener una identidad de género distinta a la asignada. Ojo a la oración. La identidad de género es una percepción personal, pero el género se asigna. Cuando un bebé nace, alguien dice “ha sido niña” o “ha sido niño”, asigna un género. Y lo hace basándose en unos rasgos observables: el sexo que se percibe al nacer —que puede o no coincidir con el sexo real, por cierto—.
Es decir. Tenemos cuatro dimensiones. Por un lado, el sexo biológico, que es un espectro bimodal (macho, hembra o en el espectro intersexual); por otro lado, el sexo observado al nacer, que puede o no coincidir con el sexo biológico real; por otro lado, el género asignado, que se asigna, normalmente, según los genitales: el “niño” o “niña”; y finalmente, la identidad de género, que es la percepción personal de cada uno, que tampoco es binaria, y que puede o no coincidir con el género asignado.
Y eso es biología, amigues.
¿Y en los animales? Pues es complicado. Para que exista una identidad de género, es necesario que la especie tenga expresión de género. Pero afortunadamente, tenemos varias especies que lo hacen. Y, efectivamente, existen especies animales que expresan una identidad de género que no coincide con la que sería esperable para su sexo biológico.

Animales trans
Si bien, en nuestro egocentrismo antrópico, tendemos a pensar en la expresión de género, y en su disconformidad como algo exclusivamente humano, muchas otras especies obtienen claras ventajas al proyectar una apariencia que no «coincide» con su sexo biológico. Existen serpientes, lagartos, escarabajos, peces y aves, por nombrar algunos, que expresan un género distinto al que se correspondería con su sexo: en los que los machos imitan a las hembras, o viceversa, para obtener ventajas, incluida una menor competencia, un mejor acceso al territorio o mejores oportunidades de apareamiento.
Uno de los ejemplos más curiosos es el de las aves cantoras. Los pollos suelen tener colores relativamente apagados, que facilitan el camuflaje. Las hembras tienden a conservar esa coloración del plumaje, mientras que los machos, al alcanzar la maduración sexual, cambian su abrigo por uno más colorido. Pero en ocasiones, el plumaje madura más tarde. Machos jóvenes que conservan una coloración apagada, como la de la hembra, durante uno o varios años después de su madurez. A este plumaje le añaden un comportamiento propio de hembras, una expresión de género muy específica que evita que otros machos más mayores y experimentados les detecten como competencia.
Este transgenerismo de los paseriformes es solo transitorio; cuando el plumaje termina de madurar, se acabó. Pero en algunas especies es permanente. Al hacer observación de aguilucho lagunero y sexar según el plumaje, no es raro hallar poblaciones con más hembras que machos. Cuál es la sorpresa al descubrir que, al observar los genitales, hasta el 40 % de los machos tienen plumaje y comportamiento propio de hembras, y por tanto, se identifican visualmente como tales. En el caso del lagunero, este suceso es, además, permanente. Pero eso no significa que estas ‘laguneras trans’, machos biológicos con expresión de género femenina, no se reproduzcan; de hecho, su comportamiento les acerca más a otras hembras sin despertar el instinto territorial de otros machos, y algunos de ellos se reproducen con éxito gracias a esta artimaña.
Y si hay casos de machos con expresión femenina, no hay motivo para pensar que no habrá hembras con expresión masculina. El caso más famoso de todos es el de la hiena moteada, donde todas las hembras disponen de pene y escroto falso, y una expresión de género masculina —algo que no ocurre con el resto de especies de hiena—. El de los colibríes es menos conocido, pero no por ello menos fascinante: hembras con plumaje y comportamiento propio de los machos, y en ocasiones, incluso más territoriales que ellos mismos.
En este tipo de situaciones, lo habitual es que estas trasgresiones de género vengan asociadas con un mayor éxito reproductivo, pero no siempre es así. En algunos casos, la adquisición de una expresión de género contraria a su sexo incluye, también, al comportamiento sexual. Hembras biológicas de hiena, de comportamiento muy dominante, que montan y penetran analmente tanto a machos como a hembras; ‘laguneras trans’, machos biológicos con plumaje y comportamiento de hembra, que se dejan cortejar y montar por los ‘laguneros cis’.

Nada de eso importa, en realidad
A nadie debería sorprender, a estas alturas, que la naturaleza sea diversa. Al fin y al cabo, nosotros, los seres humanos, somos diversos, y no dejamos de formar parte de ella. Por muy especiales que nos creamos, no dejamos de ser una especie más, y un breve suspiro en la dilatada existencia de la vida en este planeta que creemos “nuestro”.
Pero en realidad, nada de esto importa.
No me entiendan mal. Por supuesto, es muy importante conocer las particularidades del comportamiento animal, y cómo distintas especies adquieren diferentes estrategias vitales. Sin embargo, es relativamente habitual que este tipo de ejemplos se aireen o, incluso, se empleen como armas arrojadizas cada vez que un indocumentado habla sobre La Biología™ sin tener ni la más remota idea de biología.
Está bien atizar en el hocico a los terfs con datos rigurosos y bien fundamentados, por supuesto. Pero estos datos no tienen mayor importancia de cara al reconocimiento de las personas trans y sus derechos. Incluso aunque el ser humano fuese la única especie en tener diversidad en la identidad de género, eso no le restaría ni un ápice de su valor, ni justificaría un discurso de odio o, como hemos visto, la negación de la mera existencia de personas con una identidad de género distinta a la asignada al nacer. Somos la única especie que prepara tortilla de patata con cebolla, la única que escribe cómics, y no por ese motivo discriminamos a los que comen tortilla o escriben cómics.
Somos personas, y los derechos humanos se respetan.
Y punto.

Referencias
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