Así desata el Black Friday la tormenta química perfecta en nuestro cerebro {Yorokobu}

Se dice que el nombre de Viernes Negro o Black Friday nació porque las cuentas de los comercios, tras el bajón otoñal, pasaban de números rojos a números negros gracias al superávit de las compras masivas del día después de Acción de Gracias. Es mentira.

El origen real es mucho menos glamuroso. En la Filadelfia de los años 60, el caos de tráfico y aglomeraciones que generaba este día era una pesadilla para la policía, quienes acuñaron el nombre de Viernes Negro para describir el colapso urbano. Sin embargo, la mercadotecnia y el capitalismo son maestros en reinventar narrativas. Pronto se apropiaron del término, le dieron un giro positivo y lo convirtieron en la piedra angular de una nueva festividad artificial: el consumismo como religión moderna.

Una festividad muy parecida, en verdad, a las festividades antiguas de carácter religioso. Nos hallamos ante un fenómeno cargado de dogmas (falsa necesidad, capitalismo…), rituales (madrugar, refrescar la web o la app, hacer cola…), fieles (los consumidores) y templos (centros comerciales y tiendas online). Todo en torno al que muchos consideran el único y verdadero dios: el dinero. Pero ¿qué fuerzas ocultas, o mejor, qué rasgos de nuestra biología impulsan esta devoción?

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