Esta será la sexta y última parte de una serie de artículos breves sobre el tema:
- La gran nube infernal: el coste ambiental injustificado
- El ‘pecado original’: la piratería corporativa disfrazada de innovación
- La falacia de lo fiable: alucinaciones, sesgos y la muerte del hecho
- El efecto escaparate: si tu artículo está ilustrado por IAG, no me fío
- La promesa vacía: no lo llames ‘productividad’, llámalo ‘liquidación’
- La gran mierdificación: envenenando internet y nuestro cerebro
La gran mierdificación: envenenando internet y nuestro cerebro
Este nivel masivo de escalabilidad de la IAG que hemos visto a lo largo de los anteriores artículos conduce a una inundación de contenido genérico, superficial y optimizado para sostener el sacrosanto dogma del SEO. Una basura carente de profundidad, originalidad y valor real. Esto satura Internet, dificulta encontrar información fiable y degrada la experiencia de usuario. Probad a buscar en google “pavo real bebé” y flipad con los resultados. Os adelanto: todos aquellos que veáis con plumas iridiscentes, ojos adorables, crestas, colores vibrantes o demás mierdas, versiones miniatura de pavos reales adultos con su cola larga abierta en abanico, son imágenes generadas por IA, y son falsas. El pavo real bebé es de un color pardo —blanco, si es albino—, sin iridiscencia ninguna, y está cubierto de plumón. Algo como esto.

Los generadores de mierda lo saben. Claro. La mera existencia de herramientas diseñadas específicamente para «hacer sonar más humano» el texto de la IAG es una prueba implícita de esta baja calidad inherente.
E igual que mierdifican la internet, también mierdifican el cerebro. Ese es, probablemente, el daño más insidioso de la IAG: la erosión del pensamiento crítico, tanto en los creadores de contenido como en sus consumidores.
Si un periodista o creador utiliza IA para generar imágenes o ideas, está externalizando su proceso creativo y de juicio. Si sabe lo que trata de hacer, verá los fallos inherentes al modelo, tratará de corregirlos y, en última instancia, si no logra un resultado satisfactorio, se rendirá y optará por la siempre fiable fotografía o la más que adecuada ilustración científica profesional.
Si eso no sucede… ¿Cómo confiar en el criterio de quien no lo ejerce? El uso de estas herramientas fomenta la dependencia y atrofia la capacidad de análisis, investigación y síntesis propias. Ya hice hace tiempo un experimento… que otros también han realizado. Este ejercicio, por ejemplo, llevado a cabo con DALL-E, mostró la frustración y falta de control que sienten los usuarios cuando la herramienta no cumple con expectativas precisas, lo que puede llevar a una dependencia de soluciones preconcebidas en lugar del ingenio humano.
Para la audiencia, el consumo constante de contenido homogenizado, claramente sesgado por los datos de entrenamiento y desprovisto de una perspectiva humana genuina, empobrece su comprensión del mundo. Se habitúan a un discurso plano y se vuelven más vulnerables a la manipulación, al carecer de las señales que ofrece un pensamiento crítico bien desarrollado.
Al final, la IAG genera, como no podría ser de otro modo, una medianía estadística. No es su culpa, están programadas para ello. No tiene experiencias vitales, ni pasión, ni un punto de vista único. Su proliferación arriesga a apagar las voces individuales y auténticas, que deberían ser el principio rector del buen periodismo, la buena comunicación y, en ultima instancia, la cultura.

¿Recordáis aquella escena de Parque Jurásico, en el comedor, cuando el profesor Ian Malcolm le dice a John Hammond que “sus científicos estaban tan preocupados sobre si podían o no hacerlo, que no se pararon a pensar si debían”?. Con las IAG tenemos más o menos la misma situación. La pregunta no debería ser si podemos usarlas; mucho más adecuado es preguntarnos a qué precio estamos dispuestos a hacerlo.



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